viernes, 25 de julio de 2014

Definiendo riesgo (II). Creencias y preferencias


Siempre he creído en que el riesgo es una cuestión de creencias y preferencias. Así, en este post, vamos a mostrar cómo las creencias y preferencias juegan un papel relevante en la conceptualización del riesgo.

Pero empecemos por el principio. Las creencias hacen referencia al grado de certeza que tenemos sobre el acontecimiento de eventos futuros. Por ejemplo, si jugamos a cara o cruz, nuestras creencias se basan en que esperemos que salga cara o cruz con una probabilidad del 50% en cada caso.

Por otro lado, las preferencias hacen referencia a las expectativas de “dolor” o “bienestar” que esperamos percibir en caso de perder o ganar.

Pongamos varios ejemplos.

1. Si nos proponen jugar a cara o cruz, nuestras creencias nos llevarán a pensar que tenemos un 50% de probabilidad de ganar y un 50% de probabilidad de perder.

Hasta aquí, todos estamos en igualdad de condiciones en cuanto a cómo afrontar el futuro del juego. Es decir, sabemos lo que puede ocurrir y no podemos esperar que ocurra nada diferente (al margen de los que piensen que es físicamente posible que una moneda caiga de canto).

Pero la decisión o la toma de riesgo, requiere del otro componente. Las preferencias.

Jugar para pasar el rato, es una buena opción si estamos aburridos, pero jugar para pasar el rato cuando llegamos tarde a una reunión muy importante en la que nos jugamos  nuestro futuro profesional, no parece muy atractivo y por tanto, por norma general no jugaríamos. Aún si nos dieran la opción de ganar 10 € por jugar un rato, si llegamos tarde a una reunión tan importante, que evidentemente pone en juego más de 10 €, seguiríamos sin querer jugar.

En este caso, las preferencias determinan la decisión, ya que la probabilidad de ganar o perder a cara o cruz no tiene ningún valor.

Podemos entonces decir que el comportamiento esperado para la mayoría de individuos será el mismo.

2. Ahora nos proponen elegir entre dos juegos:
  • jugarnos 10 céntimos de euro a cara o cruz (es decir, si acertamos, ganamos 10 ct€, y si fallamos, perdemos 10 ct€).
  • jugarnos 10 céntimos de euro al lanzamiento de un dado eligiendo un solo número (es decir, si acertamos el número, ganamos 10 ct€, y si fallamos, perdemos 10 ct€).
En este caso, suponemos además que no tenemos nada importante que hacer. 

He puesto la cantidad de 10 c€ para ejemplificar una cantidad que aporte el mismo grado de bienestar en caso de ganar que de dolor en caso de perder. Si hubiera puesto 10.000 €, a mucha gente le supondría más dolor tener la posibilidad de perderlos que tener la opción de ganarlos.

Cómo la sensación de pérdida o de ganancia es la misma, decidiremos jugar al juego que nos ofrezca mayores opciones de ganar. Es decir, lo normal sería preferir jugar a cara o cruz (1 posibilidad de ganar entre 2), que jugar al lanzamiento de un dado en el que escojo un solo número (1 posibilidad de ganar entre 6).

Así pues, en este segundo ejemplo la decisión es una cuestión de creencias, pero es muy fácil decidirnos por ser las probabilidades de ganar o perder valores muy claros y asumidos como ciertos. Hablaremos por tanto de creencias universales.

Aquí podemos también decir que el comportamiento esperado para la mayoría de individuos será el mismo.


3. Nos proponen lo siguiente:
  • jugarnos 10 c€ a una partida de ajedrez
  • jugarnos 10 c€ a cara o cruz

Aquí ya no podemos decir que el comportamiento esperado para la mayoría de individuos será el mismo. En este caso, el primer juego depende de las que hemos llamado creencias universales, y el segundo juego se basa en creencias personales.

La mayoría de las decisiones empresariales no se basan (ni se pueden basar) en creencias universales, y además, las preferencias de quién toma las decisiones pueden ser muy diferentes.

Por otro lado, Daniel Kahneman, premio nobel de economía, en su Teoría de las Perspectivas, demuestra genialmente como los seres humanos son más propensos a actuar para evitar una pérdida que para obtener una ganancia.

Así, las preferencias tienen una cierta tendencia a sesgarse hacia la evitación del dolor que hacia la posibilidad de obtener placer.

Si además, las creencias en las que debemos basarnos son personales y no universales, la toma de decisiones suele derivar hacia la no toma de decisiones. 

Y esto si que es un riesgo.


lunes, 21 de julio de 2014

El pequeño gran libro del riesgo. (Dan Borge. 2004)

Hoy recomiendo...


En este libro (El pequeño gran libro del riesgo: Claves para comprender la inversión en bolsa. Dan Borge. Paidos Ibérica, 2004), se presentan las claves del concepto de riesgo de una forma clara y especialmente amena. Aunque el subtítulo rece “claves para comprender la inversión en bolsa”, a mi entender, este libro debería ser lectura obligatoria en todas aquellas disciplinas en las que la toma de decisiones tenga una mínima relevancia.

Destacar una parte del libro que despertó mi interés por la conceptualización del riesgo y su utilidad en la toma de decisiones, la parte en la que genialmente describe el papel de las creencias y las preferencias.

Si alguien quisiera empezar a entender que quiere decir todo esto del riesgo, sin duda, este sería el libro que recomendaría leyese en primer lugar.

Otro tema interesantísimo que trata el libro es el de función de utilidad y como ésta puede ayudarnos a medir o determinar cómo una persona que debe tomar decisiones estará condicionada por sus creencias y preferencias y en que medida.


En resumen, un libro indispensable para todo gerente de riesgos y para todo responsable en el que la toma de decisiones forme parte de sus atribuciones.


domingo, 20 de julio de 2014

Riesgo, probabilidad y marea negra en canarias (II)


Siguiendo lo expuesto en el post anterior…

En el “diario.es” el pasado 12 de Junio se publicó lo siguiente:

“Hace una semana, el secretario de Estado, Federico Ramos, aseguró que la probabilidad de que pueda ocurrir la peor incidencia, es decir, un escape de petróleo en forma de marea negra en los sondeos exploratorios de Canarias, estaría entre el 0,00045% y el 0,000028%.”


Al leer este párrafo uno debe preguntarse: entre un 0,00045% y un 0,000028%, ¿es muy o poco probable?

Quiero decir, ¿es aceptable?

Entiendo, sin ánimos de ser pretencioso, que la práctica totalidad de lectores será lógicamente incapaz de contestar a esta pregunta partiendo de los datos tal y como están expresados, ya que la mayoría de nosotros no somos capaces de visualizar una probabilidad del 0,000028%.

Pero vamos a ver si expresando los datos de otra manera somos capaces de determinar si el riesgo es aceptable, es decir, si estaríamos dispuestos a correr ese riesgo, dada la probabilidad de ocurrencia (en términos comprensibles)  y teniendo en cuenta los beneficios socioeconómicos que el proyecto reportaría.

Y para ello, vamos a diseñar un juego en el que intervengan los mismos valores. Para simplificar, voy a utilizar el valor de una probabilidad del 0,00045%. ¿Cómo podríamos expresar este valor de forma más intuitiva?

Bien, imaginemos un dado de 6 caras. La posibilidad de que al lanzarlo salga una cara determinada es de 1 entre 6 (1/6) que es aproximadamente un 16,6%.

Así la probabilidad de que, por ejemplo, salga un 2 en un solo lanzamiento, será del 16,6%. Obviamente, la probabilidad de que salga cualquier número excepto el 2, será del 83,4% (100% - 16,6%)

Avancemos un poco más. Conociendo que la probabilidad de no sacar un “2” en un solo lanzamiento, es del 83,4%, les planteo tres juegos:
  • Usted lanza el dado, si sale un número diferente a “2”, gana 100 €, si sale un “2”, pierde 1 € (usted puede ganar 100 veces más de lo que puede perder)
  • Usted lanza el dado, si sale un número diferente a “2”, gana 10.000 €, si sale un “2”, pierde 10€ (usted puede ganar 1.000 veces más de lo que puede perder)
  • Usted lanza el dado, si sale un número diferente a “2”, gana 100 Millones de €, si sale un 2, pierde 10.000 € (usted puede ganar 10.000 veces más de lo que puede perder)


En los tres juegos, la probabilidad de ganar es de un 83,4%.

Si ahora les pregunto a cuál de los tres jugaría, su respuesta dependería de lo siguiente:
  1. ¿Estoy dispuesto a perder algo? Aunque sea 1 sólo euro.
  2. En caso de estar dispuesto a perder y perder, ¿puedo permitirme el pago?
  3. En caso de que se den 1) y 2), ¿estoy dispuesto a jugar con la probabilidad de ganar que tengo?
Fíjense que la probabilidad sólo importa cuando he decido que estoy dispuesto a perder a cambio de tener la opción de ganar, y que tengo suficiente dinero para pagar en caso de perder.


Entendido este ejemplo, veamos cómo queda esto de un 0,00045%.

Una probabilidad del 0,00045% quiere decir que hay aproximadamente una posibilidad de entre 222.222. (0,00045% = (0,00045 / 100) = 0,0000045 = (1 / 222.222))

Ahora, si planteamos el juego del dado, esta vez el dado tendrá 222.222 caras.

Y si en estas condiciones le vuelvo a ofrecer jugar a alguno de los tres juegos anteriores, su respuesta seguiría dependiendo de lo mismo:
  1. ¿Estoy dispuesto a perder algo? Aunque sea 1 sólo euro.
  2. En caso de perder, ¿puedo permitirme el pago?
  3. En caso de que se den 1) y 2), ¿estoy dispuesto a jugar con la probabilidad de ganar que tengo? 

Pero en este caso, pensaría que sería muy mala suerte sacar un 2 habiendo 222.221 caras que no tienen un 2. Es decir, ahora, la probabilidad de perder es de 0,0000045. O dicho de otra manera, la probabilidad de ganar es del 99,99955%.

Aún así, si usted no estuviera dispuesto a perder ni un euro en ningún caso, o no tuviera el dinero suficiente para pagar en caso de perder, tampoco jugaría.

En definitiva, todo depende de lo que estoy dispuesto o puedo arriesgar y de la certeza que tengo sobre lo probable que será que gane o pierda.

Es más probable que un ecologista no pase de la opción 1), y que la empresa explotadora, llegando a 3) piense que la probabilidad de accidente es extremadamente baja (que realmente lo es), aunque no podamos olvidar que todo lo probable, aunque sea muy, muy, muy poco probable, siempre es posible. El problema, es que, como decíamos en el post anterior, no hay criterios de riesgo.

Pero los titulares de los medios de comunicación en muchas ocasiones nos hacer perder esta perspectiva. Acabemos con la siguiente reflexión. Qué pasaría si, ponemos las probabilidades a la inversa, es decir, hablamos de la probabilidad de que no  suceda, en vez de la probabilidad de que suceda.

Veamos como quedaría el titular del principio de este post:

“Hace una semana, el secretario de Estado, Federico Ramos, aseguró que la probabilidad de que no ocurra la peor incidencia, es decir, un escape de petróleo en forma de marea negra en los sondeos exploratorios de Canarias, estaría entre el 99,99955% y el 99,999972%.”

Habiendo leído este post, seguiremos pensando en los mismos términos con uno u otro titular, pero sin entender lo expuesto en este escrito, el primer titular nos transmite un escenario de mayor inseguridad que el segundo.

Ahora, todos podemos ponernos en el papel de un grupo ecologista (no estoy dispuesto a perder aunque tenga la opción de ganar), el gobierno (debo arriesgar pero analizando las probabilidades de pérdida y lo que tengo que ganar para la sociedad), la compañía petrolera (debo arriesgar pero garantizando que si pierdo puedo pagar el precio de recuperación y/o restitución de los daños), y la sociedad en general (debemos confiar en un justo equilibrio y sentido común de los tres agentes anteriores)… aunque con la salvaguarda de que ni el medio físico y biológico ni el desarrollo económico son ningún juego.