El riesgo parte de considerar amenazas y oportunidades de
carácter físico, financiero y/o emocional.
Cuando asumimos o creemos asumir un riesgo nos preparamos
fisiológicamente para ello, y eso, provoca una serie de reacciones de
retroalimentación que modifican en el tiempo la percepción y valoración del
riesgo considerado.
En primer lugar, ante la asunción de un riesgo, el cuerpo
demandará combustible en forma de glucosa y oxígeno para quemarlo y, en segundo
lugar, exige una vía de escape del dióxido de carbono generado en la combustión
en forma de unos bronquios y garganta bien preparados.
Así, empieza a movilizar recursos del hígado y músculos, acelera la respiración para conseguir más oxígeno, ordena a los riñones que reabsorban
agua, a la vejiga que libere contenido y aumenta el ritmo cardíaco para
garantizar una mayor y más rápida llegada del oxígeno allí donde sea necesario.
Las células inmunológicas toman posiciones preferentemente
en la piel para prepararse ante eventuales heridas. El sistema nervioso empieza
a controlar la distribución de la sangre por todo el cuerpo, así, reduce la que
va al sistema digestivo y a los órganos reproductivos y por otro lado, aumenta
la que va a los principales grupos musculares, pulmones, cerebro y corazón.
Ante la posibilidad de salir beneficiado o perjudicado, se
liberan al torrente sanguíneo las hormonas esteroides, que a su vez, modificarán
el cuerpo y el cerebro en todos los sentidos: metabolismo, masa muscular,
humor, rendimiento cognitivo e incluso recuerdos evocados.
Así,
ante una toma de decisiones que nos represente una eventual pérdida o ganancia,
nuestro cuerpo y cerebro se retroalimentarán para actuar en consecuencia.
Cortisol. Hormona del estrés
Muchas
veces, en teoría de la decisión, se tiende a pensar que las decisiones son
puntuales e irreversibles cuando, en realidad, la mayoría de decisiones
empresariales pasan por procesos de análisis que derivan en cambios ante las
diferentes alternativas. Es decir, ante una decisión que pueda generar la
expectativa de una pérdida, el cuerpo se prepara para ello y una de las cosas
que suceden es que cognitivamente cambiamos y nos volvemos más cautos, o dicho
de otra forma, con mayor aversión al riesgo. Pero paradójicamente, ese volverse
más cauto se acentúa una vez la decisión ha sido tomada y, en consecuencia, es
más factible la vuelta atrás en una decisión que inicialmente había sido
valorada de forma racional.
Esta última es una interpretación muy personal, pero lo
que si está claro es que las decisiones generan y materializan expectativas y
conocer como funcionamos por dentro a la hora de evaluar expectativas puede
ayudarnos a entender un poco más las partes de “creencias” y “preferencias” cuando
estas son subjetivas.
Empiezan con este una serie de posts dedicados a la
fisiología y bioquímica del riesgo y la toma de decisiones.
Es interesante como introducción
ResponderEliminarmuy bien!!