martes, 7 de octubre de 2014

La fisiología de las decisiones y el riesgo (I)


El riesgo parte de considerar amenazas y oportunidades de carácter físico, financiero y/o emocional.

Cuando asumimos o creemos asumir un riesgo nos preparamos fisiológicamente para ello, y eso, provoca una serie de reacciones de retroalimentación que modifican en el tiempo la percepción y valoración del riesgo considerado.

En primer lugar, ante la asunción de un riesgo, el cuerpo demandará combustible en forma de glucosa y oxígeno para quemarlo y, en segundo lugar, exige una vía de escape del dióxido de carbono generado en la combustión en forma de unos bronquios y garganta bien preparados.

Así, empieza a movilizar recursos del hígado y músculos, acelera la respiración para conseguir más oxígeno, ordena a los riñones que reabsorban agua, a la vejiga que libere contenido y aumenta el ritmo cardíaco para garantizar una mayor y más rápida llegada del oxígeno allí donde sea necesario.

Las células inmunológicas toman posiciones preferentemente en la piel para prepararse ante eventuales heridas. El sistema nervioso empieza a controlar la distribución de la sangre por todo el cuerpo, así, reduce la que va al sistema digestivo y a los órganos reproductivos y por otro lado, aumenta la que va a los principales grupos musculares, pulmones, cerebro y corazón.


Ante la posibilidad de salir beneficiado o perjudicado, se liberan al torrente sanguíneo las hormonas esteroides, que a su vez, modificarán el cuerpo y el cerebro en todos los sentidos: metabolismo, masa muscular, humor, rendimiento cognitivo e incluso recuerdos evocados.

Así, ante una toma de decisiones que nos represente una eventual pérdida o ganancia, nuestro cuerpo y cerebro se retroalimentarán para actuar en consecuencia.


Cortisol. Hormona del estrés

Muchas veces, en teoría de la decisión, se tiende a pensar que las decisiones son puntuales e irreversibles cuando, en realidad, la mayoría de decisiones empresariales pasan por procesos de análisis que derivan en cambios ante las diferentes alternativas. Es decir, ante una decisión que pueda generar la expectativa de una pérdida, el cuerpo se prepara para ello y una de las cosas que suceden es que cognitivamente cambiamos y nos volvemos más cautos, o dicho de otra forma, con mayor aversión al riesgo. Pero paradójicamente, ese volverse más cauto se acentúa una vez la decisión ha sido tomada y, en consecuencia, es más factible la vuelta atrás en una decisión que inicialmente había sido valorada de forma racional.

Esta última es una interpretación muy personal, pero lo que si está claro es que las decisiones generan y materializan expectativas y conocer como funcionamos por dentro a la hora de evaluar expectativas puede ayudarnos a entender un poco más las partes de “creencias” y “preferencias” cuando estas son subjetivas.
  
Empiezan con este una serie de posts dedicados a la fisiología y bioquímica del riesgo y la toma de decisiones.

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